El proyecto del teísmo clásico
El teísmo clásico es una tradición filosófica que se caracteriza por entender a Dios como la causa primaria del ser de las cosas, el ente supremo y la explicación fundamental de la realidad. Ha sido la tradición teísta predominante durante siglos, y se asocia con nombres como los de Platón, Aristóteles, Plotino, Agustín, Avicenna, Maimonides, Tomás de Aquino, y muchos más. Es por tanto, lo que podría considerarse la ortodoxia históricamente hablando dentro del teísmo filosófico.
El teísmo clásico podría considerarse, además, como la corona del proyecto de una metafísica sistemática. La metafísica como la entienden Aristóteles y la tradición subsecuente es la ciencia que estudia al ente en cuanto que es ente, es decir, aquello que es en cuanto que tiene ser. Es, por tanto, filosofía primera, la más fundamental, aquella que todos presuponen y que pocos hacen explícita, aquella que es la base de todo nuestro pensamiento sobre la realidad. Esto es porque no podemos hacer ética, que busca lo que es ser bueno, o hacer filosofía de la mente, sin primero tener una idea, por muy vaga, de qué es ser. La cuestión no es si hacer o no hacer metafísica, la cuestión es si hacerla bien o mal.
Este proyecto metafísico resta sobre la firme creencia de que la realidad es inteligible, que tiene sentido y podemos conocerla. Esto es también conocido como el principio de razón suficiente o PSR, que dice que todo cuanto existe tiene una razón suficiente para su existencia. El proyecto, por tanto, descansa sobre la convicción de que el universo tiene una especie de orden que nuestro intelecto es capaz de conocer hasta cierto punto, aunque no lo lleguemos a comprender a fondo. Diríamos por tanto que la realidad es inteligible es sí misma, aunque sea no siempre inteligible para nosotros. Esta inteligibilidad queda evidenciada por el éxito de la ciencia moderna, que opera bajo la suposición filosófica (que no justifica ni podría siquiera en principio justificar), que su objeto de estudio puede ser conocido y comprendido, si bien ese conocimiento esté siempre en desarrollo.
La metafísica, por supuesto, es mucho más general que cualquier ciencia empírica, pues la ciencia estudia al ente bajo distintos aspectos. Por ejemplo la física (o filosofía de la naturaleza) estudia también al ente, pero no en cuanto que es ente, sino en cuanto que es móvil. Las matématicas también estudian al ente, pero en cuanto cuantificable. De la consideración del ente en cuanto ente vienen diversas distinciones que ayudan al filósofo a ganar una mayor comprensión del ente. De buscar entender la realidad del cambio viene la famosa distinción aristotélica entre acto y potencia. De buscar entender la perfección y la composición de los entes materiales viene la distinción entre forma y materia. De manera similar la metafísica busca entender la inherente inestabilidad existencial de los entes de nuestra experiencia, que un día son y al otro dejan de ser, que podrían ser, y podrían no ser. No hay nada en la naturaleza de la realidad que demanda que este árbol, este perro, tú o yo existamos. Tomás de Aquino propone, para explicar esta cuestión, su famosa distinción entre esencia y existencia, entre lo que la cosa es, y aquello por lo cual la cosa es.
Como es evidente, la metafísica lleva a esta confianza en la inteligibilidad del mundo a su culmen, pues hace estas distinciones generales que aplican y trascienden el orden sensible de manera sistemática a modo de una ciencia. A través de este proyecto, el filósofo desmenuza la realidad. Y la corona de este proyecto yace en la respuesta a la llamada "pregunta fundamental de la metafísica", de porque siquiera hay ente. "¿Por qué hay algo en vez de no haber nada?", como diría Leibniz. ¿Cuáles son las causas o principios de los entes? Aquí es donde entra la teología natural o teología filosófica que caracteriza a los teístas clásicos que busca responder estas preguntas sin hacer recurso a ningún tipo de revelación divina, sino apoyándose solamente en la luz natural de la razón humana y en la firme convicción de que la realidad está ahí para ser comprendida.
La vía de Tomás de Aquino a Dios se caracteriza porque explica aquello que es por otro (per aliud) en referencia a aquello que es por sí mismo (per se). Esta es la estructura que siguen sus demostraciones más famosas de la existencia de una causa primaria, o sea Dios. Esto se hace evidentemente razonable e incluso inevitable cuando consideramos que aquello que es por otro demanda explicación en términos de ese otro, y aquello que es por sí mismo se basta a sí mismo para concluir la explicación. Funciona, por tanto, como una especie de término en el regreso de explicaciones y sirve como una base fundamental para asegurar la inteligibilidad de la serie. Porque si todos los miembros de la serie demandaran una explicación en términos de otro al final la serie entera quedaría sin explicación y la realidad no sería inteligible. Ahora, en cuanto a la distinción entre actualidad y potencialidad, todo ente que sea compuesto de actualidad y potencialidad no es inteligible sino en referencia a aquello que es actualidad pura. En cuanto a la distinción entre esencia y existencia, todo ente que podría existir o no existir, es decir, que está compuesto de esencia y existencia, no es inteligible en el último término sino es en relación a aquello que es existencia pura, o ipsum esse per se subsistens (para una presentación más detallada del argumento). Y así es coronado el proyecto metafísico tradicional, con la demostración de la existencia de Dios, causa y explicación fundamental de la realidad.
Como decíamos, estas series causales no son inteligibles si no es en relación a un miembro primario que tiene la causalidad por sí mismo. O sea, si todas cosas tienen una explicación en función de otro, pero más allá de todas las cosas no hay nada, no hay explicación última. Es más, no solo no hay explicación última, sino que no hay ninguna explicación. Toda explicación que creíamos tener no era más que una ilusión, no era más que humo y descendemos en un escepticismo radical donde ya no seríamos capaces siquiera de confiar en las explicaciones de la mejor ciencia moderna o, como proponen Robert Koons y Alexander Pruss en sus argumentos a favor del PSR, no podríamos siquiera confiar en nuestros sentidos, en nuestra experiencia de la realidad. Ya que el teísta clásico está profundamente comprometido a que la inteligibilidad de la realidad, no puede evitar la conclusión del argumento, o sea un punto de parada que garantice la inteligibilidad del todo, pues debemos llegar a algo que tenga la inteligibilidad per se si queremos explicar lo que es per aliud. De ahí que filósofos cómo Patrick Flynn digan que la discusión no es entre teísmo y ateísmo, sino entre el teísmo clásico y un escepticismo radical.
Julio Alonzo
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